¿Por qué teméis?
Mt. 8:26 El les dijo: ¿Por qué teméis, hombres de poca fe? Entonces, levantándose, reprendió a los vientos y al mar; y se hizo grande bonanza.
En los últimos meses ha circulado por los diferentes medios de comunicación, resultados de algunas encuestas y mediciones con respecto a la salud mental y emocional de los colombianos en medio de la pandemia. La experiencia de padecer esta enfermedad, el temor por el contagio, la perdida de seres queridos, amigos o compañeros, el desempleo, la situación económica del país, el aislamiento y los cambios que ha traído esta contingencia, han llenado de preocupación, ansiedad e incertidumbre el corazón de muchos colombianos y esto ha traído como efecto el aumento de estrés, insomnio, sobrepeso por ansiedad, irritabilidad, depresión, etc.
La situación ha afectado a todo tipo de personas sin distinción, e incluso a muchos creyentes, iglesias y pastores, que en medio de la tormenta han sentido zozobrar la barca. Esta situación nos recuerda el pasaje de los evangelios donde los discípulos tuvieron que afrontar una tempestad pasando el mar de Galilea.
Mateo 8:23-27 dice: Y entrando él en la barca, sus discípulos le siguieron.
Y he aquí que se levantó en el mar una tempestad tan grande que las olas cubrían la barca; pero él dormía. Y vinieron sus discípulos y le despertaron, diciendo: ¡Señor, sálvanos, que perecemos!
Él les dijo: ¿Por qué teméis, hombres de poca fe? Entonces, levantándose, reprendió a los vientos y al mar; y se hizo grande bonanza.
Y los hombres se maravillaron, diciendo: ¿Qué hombre es éste, que aun los vientos y el mar le obedecen?
El mar de Galilea era conocido por sus súbitas y violentas tormentas entre mayo y octubre. Jesús y sus discípulos atravesaban en una barca este mar cuando súbitamente se desató una de estas tempestades. El fenómeno meteorológico fue tan fuerte que como dice el texto, las olas cubrían la barca. Lo que parece asombroso en este relato es que, en medio de la conmoción, el agua entrando en la barca, los gritos y las maniobras para mantener la barca a flote, Jesús estaba dormido.
Los discípulos, muchos de ellos expertos pescadores, temiendo por sus vidas acuden al maestro diciendo: ¡Señor, sálvanos, que perecemos! Jesús despierta de su sueño, y antes de calmar la tempestad, hace una pregunta a sus discípulos que nos pone a reflexionar: ¿Por qué teméis, hombres de poca fe?
Esta pregunta supone que los discípulos no deberían haber estado tan desesperados, que debieron haber afrontado la situación con más calma, que pudieron haber pasado al otro lado sin necesidad de haber sufrido tal conmoción. Pero los discípulos reaccionaron como si no fueran hombres de fe, y podríamos juzgar de cobarde su reacción de no ser porque nosotros, la iglesia actual, somos iguales y muchas veces peores que ellos. En medio de la crisis, cuando la tormenta sacude la barca, nosotros la iglesia fácilmente nos turbamos, se llena nuestro corazón de ansiedad y al igual que los discípulos, terminamos reaccionando como hombres de poca fe. Por lo tanto, la pregunta del Señor sigue vigente para la iglesia de hoy: ¿Por qué teméis, hombres de poca fe?
Como parte de la iglesia de Jesucristo, la misma a la que pertenecieron los apóstoles, podríamos intentar responder a esta pregunta. Si se supone que somos hombres de fe, ¿Por qué reaccionamos como si no lo fuéramos? Básicamente el texto nos muestra dos razones:
1. Falta de confianza en Dios.
Confiamos en Dios a medida que le conocemos. Ro 10.17 dice: Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios.
Si miramos la situación descrita en el relato de la tormenta, pareciera que esta pregunta no tuviera sentido ¿Cómo no temer ante una tormenta tan grande? ¿Cómo no desesperarnos ante las grandes olas que mesen la barca con violencia? ¿Cómo mantener la calma si el agua amenaza con hundir la embarcación?
Pero la pregunta cobra todo su sentido si consideramos la presencia de Jesús en la barca. Jesús es el Hijo de Dios, el Verbo hecho carne, Aquel por medio del cual fueron creadas todas las cosas. La vida y la muerte está en sus manos, la calma y la tempestad le pertenecen. ¿Qué puede hacer la tempestad contra su Creador? ¿A caso el dueño del universo se ve amenazado por la tormenta? Todo lo contrario, le vemos durmiendo en medio de la tempestad.
Si el Soberano de toda la creación estaba recostado en esa barca, entonces sus discípulos debían haber confiado. Si ellos entendían quién era el Maestro, podían haber atendido la emergencia tranquilos, seguros de que la barca se mantendría a flote y que llegarían a su destino pues el Señor estaba con ellos. Pero la pregunta de los discípulos en el versículo 27 nos deja ver la realidad, ellos no entendían bien quien era Jesús. Mateo 8:27 dice: Y los hombres se maravillaron, diciendo: ¿Qué hombre es éste, que aun los vientos y el mar le obedecen?
Nos desesperamos en medio de la tormenta porque no conocemos al Señor y no entendemos quien es. Desafortunadamente en muchos contextos cristianos, de lo que menos se aprende en una iglesia es a cerca de la persona de Jesucristo, en muchas congregaciones no se habla de Dios, su soberanía, su decreto eterno, su providencia. Muchos que profesan fe en Cristo, realmente no saben quién es ese hombre.
Solo en la medida que conocemos a Dios nuestra fe se robustece y aprendemos a confiar, a esperar y a descansar en la certeza de que Él está en la barca. Es sorprendente ver unos años después el cambio en Pedro el apóstol, que en medio de la persecución de la iglesia es apresado por Herodes. Este perverso rey ya había asesinado a Jacobo y esperaba hacer lo mismo con Pedro después de la pascua. Lo sorprendente de este relato que está en el libro de los Hechos, es el estado en que encontramos a Pedro la noche antes de su ejecución. Hechos 12.6 dice: Y cuando Herodes le iba a sacar, aquella misma noche estaba Pedro durmiendo entre dos soldados, sujeto con dos cadenas, y los guardas delante de la puerta custodiaban la cárcel.
Si supiéramos que al otro día nos van a ejecutar, muy seguramente se nos iría el sueño, pero Pedro ya no era el mismo discípulo asustado en medio de la tempestad, ahora sabia quien estaba en la barca, ahora era él quien descansaba en medio de la tempestad. Cuanto más conocemos al Señor más llegamos a confiar en Él.
2. Una confianza equivocada.
La otra razón de nuestros temores, es que muy a menudo la iglesia confía en Dios de una manera equivocada.
La reacción de los discípulos deja ver claramente que ellos no estaban preparados para aquella súbita tormenta. El texto no da las razones, pero estos hombres no creyeron que se encontrarían en tales circunstancias. Seguramente pensaron que por estar trabajando en el extendimiento del Reino de Dios y por ir acompañados del Señor, ninguna circunstancia adversa podría acontecerles. Cuando vino la tormenta ellos quedaron confundidos y sorprendidos, y llegaron a perder toda su confianza al punto que pensaron que iban a morir.
Muchos creyentes hoy, al igual que los discípulos en la barca, piensan que estar con Cristo es estar libres de toda adversidad, y aunque ese pensamiento es confortable y produce una sensación de seguridad, sencillamente no está basado en la verdad de Dios revelada en la Biblia. Confiar en que el hecho de ser creyentes nos exime de la adversidad es tener una confianza falsa. Gran parte de esta falsa confianza es avivada por el engaño de algunos “maestros” que aseguran a sus seguidores un bienestar perfecto en esta tierra libre de toda adversidad ¿Será que la Biblia hace tales promesas? Todo lo contrario, podríamos citar muchos textos que nos hablan de las adversidades y sufrimientos que los creyentes experimentaron en esta tierra, pero vamos a tomar solo dos de ellos.
El Salmo 34:19 dice: Muchas son las aflicciones del justo, Pero de todas ellas le librará Jehová.
Juan 16:33 dice al respecto: Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he venido al mundo.
En ambos textos las aflicciones se dan por hecho, la promesa es el obrar de Dios en medio de esas dificultades. En esta vida todos los hombres sufrimos aflicciones, en parte porque este mundo y la gloria de todo lo terrenal es pasajera. Todos enfermamos, todos perdemos en alguna ocasión, todos sufrimos reveces económicos, todos tenemos fracasos en proyectos, todos, en alguna ocasión nos vemos en medio del mar con una tormenta que amenaza con hundir nuestra embarcación. Cuando no entendemos esto vivimos esperando de Dios lo que Él no ha prometido, vivimos soñando con una fantasía que no es real, y cuando viene la aflicción nos sentimos decepcionados, nos sorprendemos y desanimamos. ¿Cuántos cristianos se han desanimado y apartado en medio de esta contingencia porque alguna vez pensaron que estar con Cristo les eximiría de toda tempestad?
La verdadera confianza en Dios.
La forma correcta de confiar en Dios es conforme a las sagradas Escrituras. La manera en que Dios quiso revelarse fue a través de la Biblia, si pretendemos conocer a Dios, son sus páginas las que debemos escudriñar, las Sagradas Escrituras son la norma de fe y conducta para el creyente. Todo lo que necesitamos saber de Dios está registrado en Su Palabra. Confiar en Dios es confiar en lo que enseñan sus Escrituras.
Como ya vimos, la Biblia no promete en esta tierra una vida libre de aflicción, la Palabra de Dios enseña que esta vida presente es pasajera, nuestro cuerpo actual no está diseñado para ser eterno, se desgasta, se enferma, se envejece hasta morir. Todo esto es normal, hace parte de la vida. También tenemos que considerar que Dios nos diseñó de tal manera que nacemos ignorando muchas cosas y en la medida que crecemos aprendemos. Cometer errores es normal, fracasar es parte de la vida, tropezar y caer es una posibilidad constante.
Pero esto no es todo, a esto hay que añadirle el hecho de que todos los hombres son pecadores y que a pesar de que los creyentes hemos sido libertados del pecado, mientras estemos en este mundo tendremos una lucha constante contra él. Esto implica que el pecado de las personas que nos rodea nos aflige, y el pecado nuestro, con el que luchamos como creyentes también nos causa aflicción a nosotros y a nuestro prójimo.
Dios no prometió en esta tierra una vida libre de aflicción, él prometió que estaría con nosotros en medio de ella, no dijo que no pasaremos por las aguas, sino que al pasar por ellas no nos ahogaríamos. Cuando los discípulos despertaron a Jesús, el Maestro reprendió los vientos y el mar y se hizo grande bonanza.
La verdadera confianza en Dios no es pretender una vida sin aflicción, es entender que en medio de todo lo que vivimos en este mundo, Cristo está con nosotros. No podemos vivir pensando que no han de venir tormentas, sabemos que vendrán, pero nos preparamos con la confianza de que la barca se mantendrá en pie, sin importar que tan grandes sean las olas que la golpean. Confiar en Dios no es pretender una utopía, confiar en Dios es prepararnos para la realidad.
Confiar en Dios de una manera bíblica nos hace creyentes entendidos que prevee situaciones futuras, nos permite ser sabios en nuestra administración, ser diligentes en nuestras obligaciones como padres, prepararnos para las dificultades y estar dispuestos para ayudar a otros en medio de las circunstancias adversas.
Una confianza en Dios conforme a la verdad revelada en las Escrituras es la que nos permite tener paz en medio de la crisis, estar alegres en medio de la triste situación, poder dormir tranquilos aun cuando la barca es sacudida por las grandes olas. Porque sabemos que Cristo está entre nosotros, que las fuertes olas no pueden anegar nuestra embarcación, que al final habrá grande bonanza, que a pesar de las dificultades llegaremos a nuestro destino. Porque entendemos que todo esto es parte de la vida terrenal y que en Cristo nos espera una vida eterna, una vida gloriosa, una realidad sin dolor, sin tristeza, sin necesidad, sin llanto. Una morada gloriosa con nuestro Señor.
Pastor Henry Velásquez.
IPBR - Bosa.
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