El traje que no te traje


El orgullo acarrea deshonra;  la sabiduría está con los humildes.

Proverbios. 11:2
 
“El traje nuevo del emperador”, es una interesante fábula para niños cuyo autor es el escritor Danés Hans Christian Andersen. Esta fue una de las primeras fabulas que leí, y de las que, a pesar del tiempo, todavía recuerdo.
 
Cuenta la historia, que un emperador orgulloso recibe la visita de un supuesto sastre que llega con la más preciosa tela de todo el mundo. Cuando el emperador preguntó qué tenía de especial, el sastre le aseguró que era una tela invisible a los ojos de los necios, y que solo las personas inteligentes la podían ver. La falsa tela fue traída delante del rey, quien, a pesar de que no pudo ver nada en absoluto, reaccionó exaltando su belleza y hasta pidió que le fuese elaborado un traje con tan majestuosa tela, todo esto con el fin de no parecer como tonto delante de sus súbditos. Sus asesores tampoco querían pasar vergüenzas, por eso, cuando se le trajo el vestido al rey, ellos no escatimaron en elogios. Pasado el tiempo, el emperador decidió salir a desfilar por su reino con el falso vestido y la gente del pueblo, quienes tampoco querían verse como tontos, expresaron su admiración por la majestad de tan hermoso traje. Finalmente, uno de los niños que observaba el desfile, no pudo disimular su asombro y gritó: ¡El emperador está desnudo! Entonces todos empezaron a darse cuenta del engaño.
 
La fábula trata del orgullo que, al igual que el traje, no es otra cosa que un engaño. El orgullo es definido como exceso de estimación hacia uno mismo y hacia los propios méritos, por los cuales una persona se siente superior a las demás. El orgullo es uno de los pecados con los que más combatimos los hombres y a veces, somos tan orgullosos que no somos capaces si quiera de reconocerlo y hasta terminamos haciendo alarde de nuestra humildad.
 
El orgullo al igual que el traje que no trajo el sastre es un engaño, una ilusión, un fraude. ¿Por qué? Principalmente por dos razones:
 
La primera es que nos da una falsa percepción de nosotros mismos. El falso sastre tuvo éxito a pesar de su ridículo argumento, porque tenía un aliado dentro del corazón del rey y de todos sus súbditos, el orgullo. La idea de engañar a un rey y a todo su reino con una tela que no existe, sería absurda de no ser porque el sastre apeló al orgullo que estaba en el corazón del rey y de todos sus súbditos. Nadie fue capaz de reconocer el engaño porque ninguno quería parecer un tonto, todos siguieron el juego del sastre por orgullosos y solo el niño, que no tubo pena en confesar lo que estaba viendo, pudo reconocer la verdad.
 
La segunda razón es, porque el orgullo nos da una falsa percepción de nuestro prójimo. El orgullo nos hace sentir superiores a los demás, nos divide haciéndonos ver a nuestros semejantes como rivales, nos hace vivir en una necia y constante competencia contra nuestro prójimo. Esto fue lo que avivó el engaño, ninguno quería parecer menos que su prójimo. El engaño del uno alimentó el engaño del otro y todos terminaron hablando maravillas de un traje que no existía, hasta que el pequeño niño que no tenía nada que aparentar, rompió la cadena de mentiras.
 
Cuanto se parece esta sencilla fábula a la realidad que ha vivido el hombre a través de la historia en este mundo, cuanta apariencia, cuanta hipocresía, cuanta falsedad y todo esto alimentado del insaciable orgullo.
 
El libro de Proverbios fue escrito por el rey Salomón, este hombre al que Dios dotó con una sabiduría superior, habló del orgullo como una necedad y de la humildad como sabiduría. En el Proverbio 11:2 este famoso rey de Israel escribió: El orgullo acarrea deshonra;  la sabiduría está con los humildes.
 
En este versículo Salomón comienza hablándonos de las consecuencias del orgullo, el resultado del exceso de estimación hacia uno mismo y hacia los méritos propios por el cual nos sentimos superiores, es la deshonra. Al igual que el emperador que terminó vergonzosamente desfilando desnudo, el orgullo, después que nos hace sentir grandes, solo nos trae deshonra.
 
El orgullo no es un amigo que nos alaba sino un enemigo que nos lisonja, nos lleva a tener una falsa percepción de nosotros mismos deteniendo nuestro crecimiento como personas. Nos engaña como al emperador que se creía vestido cuando en realidad estaba desnudo. Nos hace pensar que somos muy sabios y que no necesitamos de nadie que nos enseñe, que somos tan inteligentes que no necesitamos consejo, nos hace personas soberbias que no aceptan una amonestación o un reclamo. Nos hace tener una falsa percepción de nuestro prójimo, impidiéndonos recibir lo que Dios nos quiere dar a través de nuestro prójimo: Consejo, ánimo, conocimiento, ayuda, experiencia, etc.
 
Otra cosa de la que habla Salomón en este texto es de la recompensa de la humildad. Así como el fruto del orgullo es la deshonra, el de la humildad es la sabiduría. La recompensa del corazón humilde es que tiene acceso a lo que el corazón orgulloso no. Tiene a su disposición el sabio consejo del entendido, la ayuda propicia del amigo, la provechosa corrección del que lo ama, el valioso abrazo del que le fortalece.
 
El corazón humilde no necesita aparentar nada, por eso puede transitar tranquilo el camino de la sinceridad, no alardea de autosuficiencia por eso no le molesta recibir ayuda, no presume de independencia por eso no reúsa recibir órdenes del que está en autoridad. La sabiduría es el fruto de la humildad.
 
Pero la humildad no es una cualidad natural de la humanidad caída, todo lo contrario, el corazón del hombre es orgulloso, altivo, prepotente, insubordinado y rebelde. Desde la caída el orgullo nos corona y vivimos cosechando las consecuencias de nuestro necio corazón.
 
Romanos 1:21-23 dice:  Pues habiendo conocido a Dios,  no le glorificaron como a Dios,  ni le dieron gracias,  sino que se envanecieron en sus razonamientos,  y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios,  se hicieron necios,  y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible,  de aves,  de cuadrúpedos y de reptiles.
 
La historia humana está llena de episodios desastrosos causados por el orgullo, la arrogancia y la altivez del hombre. Aun entre el pueblo de Dios el orgullo es causa de divisiones, contiendas y disensiones. El apóstol Pablo escribe a la iglesia en Efesios 1-3 diciendo:  Yo pues,  preso en el Señor,  os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados,  con toda humildad y mansedumbre,  soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor,  solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz;
 
La verdadera humildad viene de Dios, es un don que comienza con el nuevo nacimiento y crece a medida que el hombre entiende por la Palabra quien es Dios y quien es él mismo. David dijo en el Salmo 8.3-9: Cuando veo tus cielos,  obra de tus dedos, La luna y las estrellas que tú formaste,  Digo:  ¿Qué es el hombre,  para que tengas de él memoria, Y el hijo del hombre,  para que lo visites?  Le has hecho poco menor que los ángeles, Y lo coronaste de gloria y de honra.  Le hiciste señorear sobre las obras de tus manos; Todo lo pusiste debajo de sus pies:  Ovejas y bueyes,  todo ello, Y asimismo las bestias del campo,  Las aves de los cielos y los peces del mar; Todo cuanto pasa por los senderos del mar. ¡Oh Jehová,  Señor nuestro, Cuán grande es tu nombre en toda la tierra!
 
Viendo la grandeza de Dios y la infinita pequeñez humana, el salmista se pregunta ¿Qué es el hombre? No somos nada. ¿Quiénes somos para llenarnos de orgullo? ¿Qué somos nosotros los hombres en medio de un universo tan grande hecho por un Creador tan inmenso? Todo lo que tenemos no es otra cosa que condescendencia divina, que gracia inmerecida.
 
Quiera el Señor limpiar nuestro corazón del orgullo antes que terminemos cosechando deshonra, quiera nuestro misericordioso Salvador concedernos un corazón humilde para que algún día nos corone la sabiduría y no la insensatez. Que podamos conocer más y más su grandeza y podamos entender con claridad nuestra verdadera condición. Que podamos recibir el consejo, que podamos aceptar la amonestación, que podamos aprender con el sabio y no alardear con el necio, que aprendamos a reconocer con humildad a los que van delante nuestro y aprendamos a sujetarnos al que ha sido puesto en autoridad. Quiera el Señor hacernos como el humilde niño de la fábula que pudo entender que el sastre no trajo el traje.

El orgullo acarrea deshonra;  la sabiduría está con los humildes.
Proverbios. 11:2

Pastor Henry Velásquez.
IPBR - Bosa.

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