Los crucificados
“Las tres cruces” es un grabado del famoso pintor holandés Rembrandt van Rijn, quien es considerado el máximo expositor del arte barroco de la Edad de Oro holandesa. Rembrandt logró con sus trazos recoger en este cuadro las diferentes emociones experimentadas por los espectadores de la crucifixión. En él vemos a Jesucristo el Salvador crucificado entre los dos malhechores.
Esa escena del Gólgota, no es una invención del pintor, es solamente su interpretación artística, ya que la escena original se encuentra en el evangelio de Lucas.
En este, el evangelista plasmó detalladamente los hechos de la crucifixión y en el capítulo 23, versículos 39-43 podemos adentrarnos mucho más en ese momento histórico y conocer detalles de la ocasión.
Lucas 23:39-43 dice: Y uno de los malhechores que estaban colgados le injuriaba, diciendo: Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros.
Respondiendo el otro, le reprendió, diciendo: ¿Ni aun temes tú a Dios, estando en la misma condenación?
Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos; mas éste ningún mal hizo.
Y dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino.
Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso.
En estos versículos vemos a Jesús crucificado entre dos ladrones y en el texto leemos el diálogo que hubo entre los tres crucificados. Yo quisiera que hoy meditáramos en cada uno de ellos, en sus realidades, sus palabras y también, su destino; de tal manera que podemos hacer una radiografía de nuestro corazón, ver nuestras propias realidades y reflexionar acerca de la práctica de nuestra fe.
El primer crucificado del que el texto nos habla, le llamaremos el incrédulo:
Lucas 23:39 dice: Y uno de los malhechores que estaban colgados le injuriaba, diciendo: Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros.
Para estudiar este personaje quiero empezar hablando de su realidad: Primeramente, podemos decir que lo más seguro es que este hombre hacía parte, o por lo menos vivía en medio del pueblo judío, es decir que no era un ignorante en cuanto a Dios y su ley. Sin embargo, podemos también ver en nuestro texto, que este hombre había dedicado su vida a un oficio que era abiertamente contrario a la ley de Dios, el texto dice que era un malhechor, algunos creen que estos dos hombres eran sediciosos, pero Marcos afirma que los dos hombres crucificados con Jesús eran ladrones, y la tradición confirma que los dos estaban dedicados al robo.
Marcos 15:27 dice: Crucificaron también con él a dos ladrones, uno a su derecha, y el otro a su izquierda.
Recordemos que la ley hace mención explícita de este pecado y lo prohíbe enfáticamente.
En Éxodo 20:15 la ley dice: No hurtarás.
Recordemos también que, dependiendo del robo, el castigo para este crimen podía llegar hasta la pena de muerte.
Éxodo 21:16 dice: Asimismo el que robare una persona y la vendiere, o si fuere hallada en sus manos, morirá.
Y más adelante continúa la ley ordenando en Éxodo 22:2: Si el ladrón fuere hallado forzando una casa, y fuere herido y muriere, el que lo hirió no será culpado de su muerte.
Así que podemos decir que nuestro primer crucificado era un hombre que conocía la ley y las consecuencias de desobedecerla, pero en su rebelión había decidido vivir en contra de ella.
En el contexto de los versículos que estamos estudiando, eran los romanos los que estaban gobernando sobre el pueblo de Dios y ellos, aunque tampoco castigaban todo robo con la pena de muerte, si un robo estaba asociado directamente con la sedición, era condenado con la pena más alta, la muerte en la cruz. El texto nos deja ver que este hombre había sido capturado por las autoridades y se le había impuesto la pena de muerte por sus pecados.
Otra cosa en la que quiero que prestemos atención es a sus palabras ya que, como dice la Escritura, las palabras manifiestan lo que hay en el corazón.
Volvamos a leer el versículo de Lucas 23:39 que dice: Y uno de los malhechores que estaban colgados le injuriaba, diciendo: Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros.
Claramente vemos que este hombre de alguna manera había escuchado hablar de Jesús como el Cristo, seguramente había oído su mensaje, y a pesar de que tiene a su lado a aquel que le puede salvar de su perdición eterna, decide dirigirse al Señor, no para arrepentirse de sus pecados sino para injuriarlo. Eso nos deja ver la incredulidad de su corazón.
Pero también notamos que cuando se dirige al Señor lo hace reclamando de Él un beneficio, si eres el Cristo sálvame. Cabe aclarar que no se está refiriendo a la salvación de su condenación eterna, a ser librado de sus pecados y ser hecho una nueva criatura. Lo que en realidad está pidiendo es ser librado de esa situación difícil.
Y aquí tenemos una radiografía del corazón del hombre incrédulo, él tiene conciencia de la ley de Dios y sus implicaciones, oye hablar de Cristo, pero se resiste a su mensaje y prefiere injuriarle. El incrédulo no tiene temor de Dios, y si se dirige al Redentor, para lo único que lo hace es para exigir de Él beneficios terrenales.
Finalmente meditemos en su destino, ¿Qué pasó con este incrédulo? A este hombre le pasó lo que les pasa a todos los incrédulos, terminó muriendo si redención. Habiendo estado tan cerca del salvador, habiéndole escuchado sus palabras, habiendo conocido su mensaje de gracia, este hombre perseveró en su incredulidad y rebelión y terminó siendo condenado por sus pecados no solo en esta tierra, sino también por la eternidad.
Juan 3:18-20 dice: El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios.
Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas.
Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas.
El segundo crucificado que vemos en el texto lo llamaremos el creyente:
En Lucas 23:40-42 el evangelista dice: Respondiendo el otro, le reprendió, diciendo: ¿Ni aun temes tú a Dios, estando en la misma condenación?
Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos; mas éste ningún mal hizo.
Y dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino.
Nuevamente comenzaremos considerando su realidad. Al igual que el otro sujeto, muy seguramente este hombre hacía parte del pueblo judío, es decir que tampoco era un ignorante en cuanto a Dios y su ley. Al igual que su compañero había dedicado su vida al robo, había decidido vivir contra la ley a pesar de que conocía sus consecuencias.
Al parecer, también había corrido con la misma suerte que su colega, pues había sido capturado por las autoridades romanas y se le había impuesto la pena de muerte por sus pecados y por eso estaba en la cruz.
Ahora quiero que examinemos sus palabras. Este hombre habla a su compañero y le pregunta: ¿Ni aun temes tú a Dios, estando en la misma condenación?
En sus palabras vemos que, aunque había vivido en contravía a la ley de Dios, en el momento de su muerte, cuando se acercaba la hora de darle cuentas a su creador, cuando sabe que está cerca su condenación eterna, él manifiesta temor a Dios.
Este malhechor dice a su compañero: Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos; mas éste ningún mal hizo.
En esta frase vemos dos cosas: en la primera parte el hombre está mostrando una conciencia clara de sus acciones, pero también de la justicia humana y la divina. Él dice, nosotros pecamos y merecemos el castigo, eso es convicción de pecados.
Pero en la segunda parte defiende a Jesús y dice que Él ningún mal hizo y eso nos habla de su fe. Cuando el ladrón manifiesta la inocencia de Cristo estaba reconociendo que Jesús moría no como pecador sino como justo.
Finalmente, vuelve su mirada al Redentor y le dice: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino.
Esta sola frase sintetiza lo que este hombre creía con relación a Cristo: Sabía que Jesús no es un siervo al que se le exigen beneficios terrenales, sino que era el enviado de Dios, el Rey, el Señor a quien debía reverencia. Entendía que Jesús volvería en su reino y le clamó reverentemente pidiendo que se acordara de él. Sabía que estaba delante de aquel que podía expiar sus pecados y hacerle parte del reino por su gracia. Este hombre no perdió su tiempo delante del Redentor.
Finalmente pensemos en el destino de este otro pecador.
La única diferencia de este y el anterior es la fe, aunque estos dos hombres habían dedicado sus vidas a violar la ley de Dios y ofender al Dios vivo con sus acciones, al final uno perseveró en su necedad y menospreció al salvador y el otro se arrepintió y puso su fe en el redentor.
Y en este orden de ideas, pareciera como si este segundo ladrón tuviera algún mérito delante de Dios, pero nosotros sabemos que todo lo que estamos viendo en este cuadro es que Dios obró en este segundo hombre produciendo en él convicción de pecado, arrepentimiento y fe, ya que todos estos son dones de la gracia de Dios y no méritos humanos.
El apóstol Pablo dice en Efesios 2:8-10: Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe.
Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.
Realmente la diferencia no la hizo el hombre sino Dios que tuvo de él misericordia. Si Dios no obra en este segundo hombre, al igual que el anterior, habría perseverado en sus pecados hasta ser condenado eternamente.
Lo mismo podemos decir de todos los descendientes de Adán, si Dios no interviene con su gracia, todos nosotros habíamos ido a la condenación eterna.
Finalmente, este hombre fue ejecutado como su compañero por la ley terrenal, pero, como el Salvador había prometido, después de su muerte despertará con Él en el paraíso.
Juan 3.16,17 dice: Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.
Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él.
El tercer crucificado que encontramos en este texto es nuestro Señor y Salvador Jesucristo:
Lucas 23:43 continúa diciendo: Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso.
Comencemos hablando de su realidad: Jesús al contrario de los dos hombres anteriores, dedicó su vida a guardar la ley ya que él no solo era un hombre sino el mismo Dios, el Dios que había dado las leyes en el Sinaí. Jesús no solamente era justo, sino que era la misma justicia caminando sobre esta tierra.
Sin embargo, como parte del cumplimiento del plan de redención, había sido acusado injustamente y condenado a la pena de muerte en la cruz a mano de los romanos.
Aunque lo llevaron con violencia al Gólgota, realmente Él estaba allí de manera voluntaria como sustituto delante de Dios, pagando la pena de la ley por su iglesia.
El profeta Isaías hablando del Mesías escribió en Isaías 53:1-9 diciendo: ¿Quién ha creído a nuestro anuncio? ¿y sobre quién se ha manifestado el brazo de Jehová?
Subirá cual renuevo delante de él, y como raíz de tierra seca; no hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos.
Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos.
Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido.
Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados.
Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros.
Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca.
Por cárcel y por juicio fue quitado; y su generación, ¿quién la contará? Porque fue cortado de la tierra de los vivientes, y por la rebelión de mi pueblo fue herido.
Y se dispuso con los impíos su sepultura, mas con los ricos fue en su muerte; aunque nunca hizo maldad, ni hubo engaño en su boca.
Como había dicho el ladrón creyente, Jesús estaba en la cruz a pesar de su inocencia, como redentor de su pueblo.
Ahora meditemos también en las palabras del Salvador, quien dirigiéndose al ladrón arrepentido le dice: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso.
Esas palabras hablan de su propósito redentivo. Jesús vino a esta tierra, y sufrió la muerte en la cruz para restaurar el honor santo de Dios, para satisfacer su justicia y para vindicar su ley.
Y en esa obra de Cristo delante de Dios, el creyente es beneficiado con el perdón de sus pecados, la justificación y la reconciliación con Dios. Por ese acto de satisfacción de la justicia de Dios, Jesús puede prometer al ladrón creyente, su salvación eterna. Y es ese mismo acto de justicia el que hoy nosotros su pueblo celebramos.
Finalmente hablemos del destino glorioso de aquel crucificado. Después de la cruz, Jesús resucitó con poder, ascendió a los cielos y está sentado a la diestra del Padre y volverá glorioso por su iglesia.
En Isaías 53:10-12 el profeta continúa diciendo: Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento. Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada.
Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho; por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos, y llevará las iniquidades de ellos.
Por tanto, yo le daré parte con los grandes, y con los fuertes repartirá despojos; por cuanto derramó su vida hasta la muerte, y fue contado con los pecadores, habiendo él llevado el pecado de muchos, y orado por los transgresores.
Ahora, su iglesia está extendiendo el evangelio del reino en espera de su pronto regreso, sabiendo que somos extranjeros en esta tierra.
En Fil 3:20-21 el apóstol Pablo escribió: Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas.
Al igual que estos dos hombres todos hemos pecado, hemos sido injustos, de una o de otra manera hemos vivido quebrantando la ley de Dios, pero también, al igual que estos dos hombres, hemos escuchado el mensaje del Redentor, su gracia aún está vigente, todavía hoy el Salvador está presente, podemos aún arrepentirnos de nuestros pecados y clamar a Él: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino.
La pregunta es: ¿Eres como el incrédulo que, a pesar de estar tan cerca desprecio al Salvador?, o ¿Eres como el creyente que delante de Jesucristo reconoció su culpabilidad, se arrepintió de sus pecados y puso su fe en la obra del Redentor?
Pastor Henry Velásquez.
IPBR - Bosa.
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